jueves, 11 de marzo de 2010

el más peligroso de los animales



Una cosa es hacer el tonto (¿Quién de nosotros no lo ha hecho en alguna ocasión?) y otra muy diferente es adquirir esa condición o serlo por naturaleza. En muchos casos el tonto nace, en otras, empero, acuciado por los acontecimientos, maltratado por la vida, herido por la fatalidad, dejándose llevar por la inercia de un destino gris, por la rutina de mezquindad que le marca acompasadamente su cruel providencia, alguien no exento de talento se puede convertir en un tonto, en un imbécil. Sí, en ocasiones podríamos decir que el tonto se hace a sí mismo. Tal es el caso que hoy nos ocupa.
Íbamos a comenzar diciendo que el tonto es, sin ningún género de dudas, el más peligroso de los animales, pero eso sería como coger el rábano por las hojas y debemos de llevar un orden en nuestro razonamiento. Diremos entonces en descargo del idiota, que como afirma Pino Aprile en su ensayo "Elogio del imbécil": -éste no sólo tiene una función negativa sino que desempeña un papel salvador, la supervivencia de nuestra especie depende ahora de la imbecilidad, del mismo modo que antaño dependió de la inteligencia. -Y continúa más adelante: -"Lo que sostiene las estructuras sociales y garantiza su futuro es precisamente la estupidez". Dicho esto que puede chocar con nuestro concepto apriorístico de la imbecilidad, no debe de ser óbice para olvidar el papel anónimo y responsable del tonto, y más allá de su función, vislumbrar su origen, los motivos que transforman a una persona razonable y sensata, en lo que vulgarmente viene a definirse como tonto de tomo y lomo.
Yo tengo la impresión de que esta metamorfosis se produce mediante un factor determinante como es el aburrimiento. Me explicaré: el olvido o la desidia pueden llevar a que el ser humano aparque definitivamente la función intelectiva de su pensamiento y enfoque éste hacia el uso elemental, o primitivo si se quiere, de su cerebro, siempre como digo, empujado a ello por el aburrimiento. Jose Antonio Marina en su interesante obra " La inteligencia fracasada" nos ofrece un par de casos ejemplarizantes: -En 1973 un DC-10 volaba sobre México con el piloto automático activado. El capitán y el mecánico estaban mano sobre mano, y no debían de tener mucha conversación. Según la caja negra, el mecánico le preguntó al capitán si el piloto automático respondería al tirar de una palanca manual. Probaron a ver que pasaba. El aburrimiento desapareció inmediatamente. Uno de los motores estalló.
También el desastre de Chernóbil pudo deberse a una manipulación no autorizada por parte de un trabajador que posiblemente se aburría." Como vemos, el aburrimiento origina en muchas ocasiones, valiéndose del brazo ejecutor del tonto, auténticos desastres. A veces el aburrimiento determina al individuo a llegar incluso al asesinato. En la novela "La familia Pascual Duarte" de Camilo José Cela asistimos a esa conversión. El entorno del protagonista marcado por el alcoholismo de sus padres, la muerte de su hermano ahogado en una tinaja de aceite y al que previamente le ha devorado las orejas un cerdo, lo encamina al crimen, pero lo que realmente hace que finalmente se cargue hasta al apuntador, lo que lo inviste con el pesado hábito talar del criminal, es sin duda alguna, el móvil del aburrimiento. Otro tonto abundante en nuestras cotidianas geografías es el murmurador. El murmurador, al que otro día dedicaremos un monográfico completo, se aburre miserablemente y para escapar de tan cicatera realidad siente la imperiosa necesidad de conocer la vida del vecino y contársela a otros, y en algunos casos intuirla o llegar a inventarla en un admirable despliegue de fantasía o remedo de la verdad. Y todo ello para huir de la insoportable compañía del aburrimiento. No querrá conocer los nombres de las estrellas o coleccionar coleópteros, sino secretos de alcoba, chascarrillos, infundios y dijome-díjomes . Parece ser poca cosa lo que hace feliz al murmurador, pero esa necesidad perentoria se torna en sed insaciable y maldita que le conduce irremediablemente a
la insondable sima de la fatalidad. El murmurador es a todas luces, y esta es verdad incuestionable, un tonto que se aburre. No queremos extendernos más por hoy en esta materia, pero no podemos resistirnos a citar como colofón de lo anteriormente expuesto un admirable y revelador fragmento de esa otra broma infinita, de ese arma arrojadiza que es "Los Miserables" de Victor Hugo. Buenas noches amigos, y que la Fortuna no les depare un tonto en su camino.
-"...Y frecuentemente, conocidos estos secretos, publicados estos misterios, descubiertos estos enigmas a la luz del día, producen catástrofes, duelos, quiebras, ruinas de familias, existencias amargadas, con gran gozo de aquellos que lo han "descubierto todo" sin interés, y por puro instinto. Cosa triste en verdad.
Ciertas personas son malas únicamente por necesidad de hablar. Su palabra, conversación en la sala, habladuría en la antecámara, es como esas chimeneas que consumen pronto la leña: necesitan mucho combustible, y el combustible es el prójimo."